¿Es la dolarización la respuesta a la crisis venezolana?

 

“¿Y por qué no dolarizan de una vez Venezuela?”. Son muchos los
ciudadanos que, en las calles, se repiten la pregunta con frecuencia.
Claman por la divisa estadounidense como solución inmediata para la
maltrecha economía pero esa receta está, según los expertos, lejos de
ser una varita mágica y viene cargada de inconvenientes.

El
ejemplo de Ecuador, que adoptó el dólar y renunció al sucre en el 2000,
se repite como modelo para una Venezuela asolada por la hiperinflación,
la devaluación del bolívar soberano y en el que las cuentas públicas son
un auténtico misterio dentro del caos institucional, pues no se hacen
bajo la premisa de luz y taquígrafos.

Por supuesto, y siempre
jugando a la política-ficción, si un Gobierno venezolano quisiera
adoptar esa medida tendría que sortear, en primer lugar, las férreas
sanciones impuestas por EE.UU. que impiden pensar que ningún político
del país caribeño pueda tomar hoy una medida así.

Sin
embargo, el economista Ronald Balza, profesor en la Universidad Central
de Venezuela (UCV), advierte: “Se le está atribuyendo al dólar la
propiedad de corregir problemas institucionales que son los que causan
esta inestabilidad cambiaria y monetaria que vivimos”.

“Poner la discusión en que dolarizar nos ayudaría a resolver
los problemas es dejar todos los problemas vivos, es atribuir al dólar
un poder mágico que no tiene, mientras el Gobierno sigue haciendo lo que
quiere con los recursos públicos”, sostiene.

Balza considera
que, primero, deben abordarse los problemas estructurales de la economía
y la institucionalidad venezolana. Si no se hace así, el riesgo al
dolarizar es apenas taparlos, pero no solventarlos.

En su opinión, es como tener “una pared que está filtrando agua”, entonces se toma la decisión de pintar y cubrir ese problema.

“Dolarizar
es como pintar la pared, no es resolver el problema que es,
probablemente, una tubería que está botando agua”, sostiene.

El
director de Ecoanalítica, Asdrúbal Oliveros, coincide en buena medida y
centra el problema en el contexto institucional, “la destrucción del
sistema de precios, del sistema productivo y la ausencia de competencia”
que termina provocando que los costos, incluso si están denominados en
dólares, suban.

Esta es una de las realidades que vive hoy
Venezuela, una dolarización de facto -transaccional, matiza Oliveros-
por la que casi todos los precios se muestran hoy en la divisa
estadounidense, incluso en las zonas más populares, aunque la inmensa
mayoría de las facturas se emitan en bolívares por mandato legal.

“No
porque se asuma el dólar, si no cambias el contexto institucional en el
que opera la economía, necesariamente va a desaparecer el problema y
vas a empezar a tener una recuperación importante del poder
adquisitivo”, asegura.

Por eso, explica que las monedas “funcionan atadas a una institucionalidad” y no tienen poder por sí mismas.

“El
dólar funciona en países donde tiene una institucionalidad sólida. Si
te vas con dólares a Kabul o un enclave del Estado Islámico,
probablemente la situación del poder de compra del dólar sea muy
diferente a usarlo en Nueva York, Lima o la misma Caracas”, explica.

Oliveros
también explica que uno de los efectos de adoptar el dólar es que
somete la gestión púbica “a una situación de muchísimo control porque
parte de los gastos del Estado que asume el dólar se ciñen al
circulante” en esa moneda.

Al perder el Estado la capacidad de
emitir moneda, “se tiene que ajustar en función de ese flujo de dólares
que esté entrando en la economía”.

Todo ello se traduce en “una
disciplina impuesta”, una especie de “camisa de fuerza”, ya que “el
margen de maniobra se reduce” al no poder emitir moneda.

Sin
embargo, advierte de que “es una camisa de fuerza rígida” y puede, por
tanto, “quitar competitividad en un sector como el venezolano donde hay
grandes desequilibrios en términos de competitividad”.

“Algunos
sectores no serían competitivos asumiendo el dólar y estas industrias
podrían ser arrasadas mucho más de lo que son ahora”, explica.

Por
otra parte, subraya entre las desventajas que “ata las expectativas
inflacionarias a las expectativas del país” cuya moneda asumes, en este
caso EE.UU.

Además, al no tener moneda propia, Venezuela quedaría
“a merced de los vaivenes de la dinámica internacional y más en una
economía petrolera como la venezolana”, además de terminar “atada a las
prioridades de política que asuma EE.UU.”, que diseña su gestión
monetaria para sí y no necesariamente se adapta a las necesidades
venezolanas.

Es decir, al no poder tomar medidas propias no podría amortiguar los impactos de los ciclos económicos globales.

En
gran parte, coincide Balza, quien asevera que quienes defienden la
dolarización como una camisa de fuerza olvidan que emitir bolívares no
es “la única manera que tiene el Gobierno para financiar sus gastos.

“Los
Gobiernos pueden financiar sus gastos en cualquier moneda”, asegura,
razón por la que considera fundamental que cese la opacidad en el gasto
público para que este se pueda fiscalizar, más allá de la moneda en que
se ejecute ese gasto.

“Si a un Gobierno le dices: vamos a
dolarizar para poner una camisa de fuerza, lo que estás diciendo es ‘no
nos fijemos en el presupuesto, en las recomposiciones que hagan, a qué
dedican el gasto, qué comprometen del territorio nacional para uso de
otros países’”, sostiene.

“Si el Gobierno es opaco en el manejo del gasto, no importa la moneda en la que lo haga”, explica.

Balza destaca que la dolarización no es tampoco una garantía para el salario de los trabajadores.

“En
un país que se empobrece, no importa la moneda en que lo paguen. En
EE.UU., hay gente pobre. Dolarizar no protege al trabajador si no tiene
algo que vender la empresa en la que está y, lamentablemente, en
Venezuela parte de la discusión política se ha desviado. Poner la
dolarización como la solución o la panacea es pedir algo que tiene tanto
sentido como pedir un presupuesto”, dice.

Sin embargo, critica
que haya quienes la reclaman como medida mágica porque es “más
atractivo” que “pedir la rendición de cuentas” al Gobierno de sus
gastos.

Eso sí y, de nuevo en el terreno de la ficción, Balza
detalla que, en caso de solventar los problemas estructurales y adoptar
el dólar, Venezuela también se enfrentaría a otro problema: el de las
exportaciones.

“Si China devalúa su moneda con respecto al dólar, sus productos se abaratan”, añade.

De
ese modo, a una Venezuela hipotéticamente dolarizada “le resulta más
difícil venderles a los europeos, por ejemplo, porque pueden comprar a
los chinos más barato”.

“Imagina un país como Venezuela, que en
este momento lo que podía exportar era petróleo y ya ni siquiera, que
tiene una industria muy golpeada por estos años de retraso tecnológico,
esté atada al dólar y los chinos devalúen (el yuan). Entonces los
venezolanos no pueden exportar ni siquiera a Colombia”, concluye.

El país caribeño quedaría sin poder devaluar su moneda, inmerso en “otro tipo de problemas de crecimiento”.

Es decir, se tapa una filtración en una pared con una mano de pintura pero sigue brotando agua.

 

 

CREDITOS A DIARIO LIBRE.

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