La familia de Rosendo Pérez se sintió hastiada por
los debates y alborotos que se escenificaban a diario y a todos los
niveles en torno al tema de la corrupción. En los medios de comunicación
se divulgan a borbotones y sin miramientos crónicas sobre el
atolondrado argumento.
Muchos creían que la degradación sólo se registraba en el barrio
Capotillo. Sin embargo, no es así, esto ahora se explora como un
fenómeno común, y es que cada sector se auto desligó de esta práctica
deleznable, atribuyendo a sus prójimos las profundidades y
culpabilidades del terrible mal.
Los opositores acusan al gobierno de turno de la descomposición ética
en el Estado, el cual, a su vez atribuye el problema a los
administradores salientes, a quienes acusa ante instancias judiciales de
desfalcar las riquezas públicas. En tanto, la población está a la
expectativa, no sabe en quien creer, pero observa con tristeza y
preocupación que en el ínterin se deteriora su calidad de vida fruto,
especialmente, de la carencia de recursos para financiar iniciativas que
puedan crear nuevos empleos y construir obras prioritarias.
Dinero se va por sumidero
El dinero-según cree la gente-se va por un sumidero. No ha valido la
vigilancia extranjera. Ni las socorridas ONG “Made in USA” o “Made in
Europe”. No han valido ni los sagrados juramentos éticos, ni los
ancestrales compromisos ideológicos. Tampoco han importado “los sanos
esfuerzos” de algunos sectores del gobierno, ni los de las iglesias
católica, evangélica, ni de otras denominaciones.
Es como si se asomara una sombra terrorífica, percibida en el fondo como una innegable sed de venganza. –“Tú metiste a los míos presos, ahora yo voy a fastidiar a los tuyos”, segúnpudieron
ser algunos razonamientos. El asunto es más complejo de lo que se ve.
Afecta los esfuerzos, sepulta todo interés para impulsar un plan
nacional de desarrollo en que participen “mansos y cimarrones”, porque
al final lo que cuenta, lo que se quiere es el beneficio al pueblo.
Parece que en el tráfago del momento se dejaron atrás los valores
comunes. También se abandonan las luchas por un crecimiento y progreso
sostenidos, los deseos de lograr entre todos que tengamos un pueblo
educado, saludable, próspero y feliz. No, eso no, ya ese no es el
objetivo, eso no forma parte de la agenda nacional, las aspiraciones
ahora son individuales: -“Yo me hago rico, eso es lo que importa, los demás que me caigan atrás…”. Visto desde esa óptica, salta el temor de que se está dando lugar a la apertura de un peligroso “sálvese quien pueda”.
Con cierta frecuencia, la prensa recoge informaciones que dan cuenta
de hechos dolosos registrados en el Estado, también en áreas
empresariales, comerciales y financieras, es algo que no solo ocurre
ahora sino que es un mal que se arrastra de antaño. No se visualiza la
posibilidad de superar este karma heredado de la tiranía de los Trujillo
y de su beneficiado político, Joaquín Balaguer.
Quieren largarse de la ciudad
Todo el mundo quiere dirigir, dominar el Estado, pero ¿es con buenas
intenciones? Esperamos que sí, que sería loable que exista la buena
intención, aunque ya se ha acuñado el dicho que reza: “de buenas intenciones está pavimentado el camino del infierno”.
En vez de hacernos ecos de planes y programas de corto y largo plazo
para superar la miseria ancestral, “crece como verdolagas” las inquinas,
las acusaciones falsas y/o verdaderas que forman un amalgama difícil de
digerir por parte de la población. Esto ha hecho que los dominicanos
vayamos perdiendo la fe y todos queremos “largarnos de la ciudad” para
ir a un lugar que nos facilite la búsqueda de nuestros sueños, donde
podamos encontrar paz espiritual, emocional, esperanza de progreso, o
sea, mejores condiciones de vida.
En el sambenito de las acusaciones y contra acusaciones se escucha de
todo, es un “tú me dices y yo te digo” preocupante en el que nadie
quiere cargar con la responsabilidad de arrastrar a este país a una
especie de callejón sin salida.
La gente quisiera escuchar voces tronantes que condenen con fuerza el
problema cierto de la corrupción, la cual se manifiesta, según se
vislumbra, no solo a nivel del Estado, sino también, y con solapada
virulencia, a niveles tales como los sectores empresariales, de los
comerciantes, los bancos, las cooperativas, venduteros, sindicatos,
grupos financieros, promotores de la construcción, pequeños negocios,
supermercados, gremios profesionales, tribunales, fiscalías, cuerpos
militares, policiales, etc.
Es revelador que acusados por supuestos desfalcos al Estado que hoy
en día están en manos de la Justicia haya decidido, previas
negociaciones, devolver al fisco parte de miles de millones de pesos de
los que se presume que estos sacaron ilícitamente del arca del Estado.
¿Acaso eso no es una admisión de culpabilidad? ¿No es ese
comportamiento un hecho suficiente para saber que aceptan sus
indelicadezas y que por temor a ir a las mazmorras, deciden devolver
parte de lo esquilmado?
Narcos y presencia de ilegales
Se sostiene, y creemos que es verdad, que la masiva y creciente
presencia ilegal de extranjeros, especialmente haitianos, está cimentada
en actos de corrupción que implican no solo a “civiles traidores de la
Patria”, sino también a estamentos militares carentes de sólidos
principios patrióticos. Se prestan incluso, por unos cuantos pesos, a
expedir actas de nacimiento falsas para haitianos.
Igualmente está presente el otro flagelo malévolo, el narcotráfico,
soportado también con las poderosas vigas de la corrupción dominante en
el cuerpo social e institucional de la nación. O sea, “no hay tutía”. Si
alguien tiene dudas al respecto que revise los periódicos y vea las
noticias que informan sobre grandes decomisos de drogas. ¿Cómo llegan,
quienes protegen los cargamentos?
En la medida que avanza el tiempo, y en ese marco estresante, la
población no visualiza un umbral de soluciones a estos terribles males.
Lo anterior ha hecho que la gente común se cargue de incertidumbre,
siente hastío y una lamentable desilusión. Al parecer eso fue lo que
pasó con Rosendo, lo abrumó el aburrimiento de las acusaciones de
corrupción sin consecuencias que son vertidas en la prensa tradicional,
pero más en las redes digitales. Después de muchas disquisiciones, y
tras una meditada discusión sobre estas debilidades a lo interno de su
familia, éste decide largarse de la ciudad. Deseó entonces cambiar de
ambiente aunque sea por un determinado tiempo. Anheló, según sus propias
confesiones, desintoxicarse de las diatribas y la pesada carga que
significan los debates y denuncias de corrupción y degradación de la
moral pública ciudadana.
-“Nos largamos de aquí, no aguantamos más, esto es insoportable”, expresó
Rosendo a su familia, la cual también admitió estar cansada, lo que
permitió a esta, asimismo, dar a éste su apoyo con firmeza.
¿Se puede avanzar en un país sin tener como soporte una sociedad
solidaria y humanizada? Si lo hace, ocurre con lentitud y apenas se
llega a socorrer y a crear alguna ilusión en los habitantes.
Los caminos del Sur
Rosendo arregló sus bultos y revisó su vehículo para tomar carretera
rumbo al Sur. Salió con la esperanza de encontrar por allí la
tranquilidad deseada. Él y su familia recorrieron la costa y el Sur
lejano. Comenzaron por Barahona y continuaron por Paraíso, Juancho,
Enriquillo y Pedernales, entre otras comunidades costeras.
En sus paradas durante el recorrido por el sur estos se bañaron en
las aguas de las playas San Rafael y Los Patos de Barahona; Arroyo
Salado de La Colonia, Juancho, Pedernales. También, en Las Marías, de
Neyba, Las Furnias de Las Clavellinas, y El Hoyo de Felipe, en Los Ríos,
Bahoruco.
Este alejamiento del bullicio de la ciudad iluminó y llevó
tranquilidad a las mentes saturadas de los ditirambos del casco
urbano. Cuando Rosendo y familia, -su esposa y tres hijos adolescentes-
llegaron a la comunidad sureña de Los Faroles observaron a su entrada
una enorme valla con un llamativo mensaje:
“Aquí nadie roba”.
-“Aquí está Dios, por fin encontramos un lugar que vale la pena”, dijo Rosendo alborozado y con una sonrisa entendible, cuando vio el enorme letrero a la entrada de la comunidad. –“Nos quedaremos aquí”, agregó
con expresiones de cierta satisfacción. Por fin, encontraron el lugar
que habían soñado y que lo alejaría de las temáticas aturdidoras sobre
la corrupción, tráfico de influencias, nepotismo y otros males.
Los Perez iniciaron un periplo por las estrechas y polvorientas
calles del lugar, las cuales tenían nombres pomposos y muy llamativos,
acordes a sus realidades. Una de las calles fue bautizada como “El último ladrón, 1930”, mientras otra se llamaba “Aquí yace el único alcalde corrupto”. Esta calle irónicamente atravesaba el cementerio de la comunidad.
En la noche, después de divertirse en los lugares de esparcimientos,
la familia Pérez se retiró al pequeño, pero acicalado hotel del lugar.
Durmieron como lirones, confiados en que, por fin, habían llegado a un
oasis de pulcritud.
Para su sorpresa, cuando se levantaron al otro día encontraron con
que su vehículo, una flamante yipeta modelo del año 2020, había sido
prácticamente desmantelada, soportada en cuatro blocks y despojada de
las dos puertas traseras. Las alarmas se dispararon. Los Pérez acudieron
al destacamento de la policía de Los Faroles, pero allí nadie pudo
atenderlos –había un solo agente de servicio- y entonces siguieron,
indignados, hacia donde el alcalde, a quien reprochan la colocación del
letrero engañoso a la entrada de la comunidad. Éste, conocido como
Lupino El Barbero, era un hombre regordete, de barriga abultada y
vestía un pantalón kaki de muchas lavadas, camisa blanca cuasi
amarillenta y corbata marrón. Al enfrentar la presencia de Los Pérez, el
alcalde se estribó hacia atrás en su sillón y mientras chocaba
repetidamente, nervioso, la punta de los dedos de sus manos, brotó de él
una risa maliciosa, y entonces expresó:
-“Jajajaja, ustedes también cayeron en el gancho, quedaron atrapados por el atractivo de la valla”. Y agregó: “Ustedes
son los nuevos incautos. Todo el mundo, especialmente los políticos,
utilizan este tipo de engaño para atrapar a inocentes”.
Rosendo lo escuchó atónito, apretó sus puños con dureza, pero se
contuvo, tragó en seco para calmar su rabia, pero miró a su lado al
guardaespaldas que tenía en sus manos una escopeta calibre 12, y dijo a
esposa e hijos: -“Vámonos de aquí, volvamos para la capital”.
Creditos a el Dia.